En diciembre del 2020 ya enviábamos a imprenta, desde la Fundación Gaspar Casal, el trabajo “Sociedad entre pandemias”1, que cuenta en sus capítulos con las mejores cabezas en las distintas disciplinas de la salud pública y donde abordamos, desde una visión multidisciplinar, qué estaba pasando con el virus chino y sus consecuencias políticas, económicas y sociales.
Pues bien, tuvimos la fortuna de contar con un capítulo de John Ioannidis (https://youtu.be/x4TiD4xw6Lk?si=a50-fqTSxlHvf0C6), el investigador médico más citado del mundo. Dirige el Meta Research Innovation Center de Stanford, que en 2018 nos acompañó en Salamanca durante la 13ª Reunión Científica de la Asociación Española de Evaluación de Tecnologías Sanitarias (AEETS) “Valoración del Evaluador VS Evaluación del Regulador”. Le recuerdo como una persona cariñosa e inquieta que, por ejemplo, en la visita a la biblioteca de la Universidad, no paraba de hacer “las preguntas” sobre los incunables que nos enseñaban -con guantes de fieltro blanco- para pasar sus páginas.
En una publicación2 de 2021 nos brinda una brillante descripción de cómo la pandemia ha cambiado las normas de la ciencia, en gran detrimento. Resumo las lecciones a aprender desde su visión limpia, sin conflictos de interés:
Por la pandemia, miles de millones de personas en todo el mundo de repente se interesaron y se entusiasmaron demasiado con la ciencia sin tener ni idea de las normas fundamentales del método científico. El escepticismo no ha estado en la vanguardia de la comunicación científica. Incluso las mejores revistas revisadas por pares a menudo presentaban resultados con sesgos y tergiversaciones. Hubo una amplia difusión pública y mediática de los descubrimientos científicos centrada en resultados y no tanto en el rigor de sus métodos y en las consideración de la incertidumbre inherente a toda investigación. Muchos de los llamados expertos descartaron los enfoques basados en la evidencia, como los ensayos aleatorios y recopilación de datos precisos e imparciales. Hubo desdén por los diseños de estudios fiables.
Las redes sociales y los principales medios de comunicación ayudaron a fabricar esta nueva generación de expertos. Cualquiera, aunque no tenga credenciales, podía ser citado de repente como epidemiólogo o especialista en políticas de salud por los reporteros y periodistas que sabían poco o nada sobre esos asuntos. Parecía que «saber» eran meras opiniones no constatadas.
Por el contrario, algunos de los mejores científicos fueron tachados de despistados y peligrosos por personas que se creían aptas para diferenciar los estudios científicos de la mera opinión sin comprender su metodología. Durante la pandemia era anatema solicitar mejores pruebas sobre la efectividad y los eventos adversos de las medidas que se iban implantando. Este enfoque desdeñoso y autoritario «en defensa de la ciencia» pudo, lamentablemente, haber aumentado la reticencia a las vacunas y el movimiento antivacunas, desperdiciando una oportunidad única que fue el fantástico y rápido desarrollo de las vacunas contra la COVID-19.
Las grandes empresas tecnológicas aumentaron enormemente sus ingresos a partir de la transformación virtual de la vida humana durante el confinamiento y el desarrollo de poderosos mecanismos de censura que sesgaron la información disponible a los usuarios en sus plataformas. Era un mundo al revés en el que a los consultores que ganaban millones de dólares por las consultas corporativas y gubernamentales se les dieron posiciones prestigiosas, poder y elogios, mientras que a los científicos sin conflictos de interés, que trabajaron pro-bono pero se atrevieron a cuestionar las narrativas dominantes, fueron manchados.
En la versión autoritaria de la salud pública, la narrativa dominante se convirtió en que «estamos en guerra». Cuando se está en guerra, todo el mundo tiene que seguir órdenes. Si se ordena a un pelotón que vaya a la derecha y algunos soldados se van a la izquierda, se fusilan como desertores. Había que fusilar el escepticismo científico y las preguntas formuladas. Incluso se convirtió en una guerra sucia. Los oponentes fueron amenazados, abusados e intimidados por la cancelación con campañas en las redes sociales, historias de éxito en los principales medios de comunicación y bestsellers escritos por fanáticos.
Las declaraciones fueron distorsionadas, convertidos en hombres de paja y ridiculizados. Las páginas de Wikipedia fueron vandalizadas. Las reputaciones fueron sistemáticamente devastadas y destruidas. Muchos científicos brillantes fueron maltratados y recibieron amenazas durante la pandemia, con la intención de hacerles miserables a ellos y a sus familias.
La política tuvo una influencia deletérea en la ciencia de los datos durante la pandemia. Cualquier cosa que cualquier politólogo dijera podría ser utilizada como arma en las agendas políticas. Vincular las intervenciones de salud pública, como las mascarillas y las vacunas a una facción, política o de otro tipo, satisfacía a los devotos de esa facción, pero enfurecía a la facción opuesta. Un científico no puede ni debe tratar de cambiar sus datos e inferencias basándose en la corriente sugerida que estaba basada en la doctrina de los partidos políticos o en la lectura del termómetro de las redes sociales. Muchos excelentes científicos han sido silenciados, o peor, autocensurados. Ha sido una gran pérdida para la investigación científica y de salud pública. No había absolutamente ninguna conspiración o planificación previa detrás. Simplemente, en tiempos de crisis, los poderosos prosperan y los débiles se vuelven más desfavorecidos. En medio de la confusión pandémica, los poderosos y los conflictivos se hicieron más poderosos y conflictivos, mientras que millones de personas desfavorecidas han muerto y miles de millones han sufrido, por decisiones poco reflexivas y sin fundamento científico.
También el nuevo editor jefe del British Medical Journal, Kamran Abbasi, en un editorial de 20213 muestra un extenso acuerdo con Ioannidis. Apuntaba que “la disidencia estaba bajo amenaza. Discrepar era afrontar. Protestar era romper la paz. Discutir era luchar. Desacuerdo, protesta, y conversación crítica nos ayudarían a acercarnos a la verdad. Marginar estos aspectos va en contra de la esencia misma de la ciencia y la democracia. Esto estaba sucediendo a nuestro alrededor, y la pandemia nos ha movido más lejos, más rápido y para peor”.
La pandemia ha dejado importantes secuelas sobre la investigación biomédica, que han de ser adecuadamente tratadas. Volver al rigor de la evaluación, de la reflexión crítica, de los análisis ponderados, hará de amortiguador a la presión de la inmediatez que empujan las redes sociales, aunque la tarea no será fácil. Pero si las dejamos de hacer, siempre hay quien saca ventaja, generalmente los intereses particulares y no los públicos. Ioannides y Abbasi, hace tres años, ya nos advirtieron. No tiremos la toalla.
- Del Llano, J., & Camprubí, L. (2021). Sociedad entre pandemias.
- Ioannidis J. How the pandemic is changing the norms of science. Tablet 2021; Sept 9.
- Abbasi K. Covid-19 dissenters – or the virtue in being less cheerful. BMJ 2021;372:n731.
