Ya decía Virchow que la ignorancia era la madre de todas las enfermedades. Pues bien, en salud mental navegamos entre mucho desconocimiento, mucho prejuicio, mucho señalamiento y mucho abandono e infradotación de recursos.

Los jóvenes, en los últimos años vividos por la COVID-19 y la adicción a las pantallas, son muy vulnerables si no están bien aconsejados por familiares, amigos y profesionales.

Lo primero sería intervenir precozmente, pero las capacidades, en ambos niveles, atención primaria y hospitales, están desbordadas, y las listas de espera son insufribles. Priorizar en estos trastornos y estas poblaciones tiene retornos espectaculares en términos de ganancia de vida y eficiencia.

Lo segundo, que en las escuelas los profesores tuvieran tiempo y formación para hacer un buen despistaje y recursos para derivar los casos. Por ejemplo, con más psicólogos en las escuelas.

Lo tercero, que las familias se ocuparan de preguntar y conocer los problemas de sus hijos tempranamente.  Por ejemplo, con una mejor conciliación de la vida laboral y personal.

Lo cuarto, que los amigos sean amigos de verdad, se ayuden y se den cuidado. El maltrato, que es una plaga, puede ser afrontado con personas y lugares donde se acuda a denunciarlo sin miedo, anónimamente.

Todo lo escrito es bastante obvio, pero se hace poco y regular.

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