La década pasada contaba con investigaciones de muy alto nivel científico-técnico dirigidas a comprender el comportamiento de los agentes infecciosos candidatos a producir una pandemia. Incluían cuestionar el balance beneficio/riesgo. El primero no era muy tangible y el segundo tenía muchas papeletas de que algo saliera mal. Fueron muchas las infecciones frente a las que se desarrollaban los métodos de detección, fármacos y vacunas: Fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, Virus Ébola y Marburg, Fiebre de Lassa, Síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), Virus Nipah y henipavirus, Fiebre del Valle del Rift, Zika y Enfermedad X, que resultó ser el Sars Cov2, que devino en la pandemia del Covid19 que asoló al planeta, aunque menos que la mal llamada gripe española de 1918. ¿Quiere esto decir que cada cien años nos tocará la papeleta?
No cabe duda de que la ciencia reúne el conocimiento más rápidamente que la sociedad la sabiduría, y este decalaje conlleva un desajuste en la respuesta, siempre. Nos preguntamos si ¿puede aquí ayudar la transición digital en la que estamos inmersos? El cambio cultural se ha incorporado en los hábitos de los profesionales con la ayuda de toda la tecnología instalada. Estamos en un momento de cruce de la inteligencia artificial con la inteligencia artificial generativa, que requerirá una gobernanza global efectiva y vigilante. Su desarrollo -en la era del dato – tiene que ir de la mano con la protección de datos, con la interoperabilidad, con la ciberseguridad, etcétera. Se generarán nuevos marcos de relaciones sociales donde naturaleza y tecnología se tienen que ubicar armoniosamente en nuestras vidas. Los ciudadanos no se pueden sentir vulnerables y deben tener sus derechos salvaguardados.
