La humanidad vive en una constante incertidumbre, como si estuviera asentada junto a un volcán que puede entrar en erupción en cualquier momento. La posibilidad de una nueva pandemia, posiblemente originada por la gripe aviar, hace imperativo que estemos preparados.


Conviene revisar las lecciones aprendidas. Una de las que más llamó la atención fue la disparidad en las restricciones impuestas durante el confinamiento: mientras que en algunos países se permitía sacar a pasear a los perros, a un niño pequeño se le negaba la posibilidad de salir al aire libre con sus padres. La propagación del COVID-19 fue rápida y devastadora, lo que llevó a confinamientos drásticos que limitaron la vida social a las paredes del hogar y las pantallas de los dispositivos electrónicos. Estas medidas extremas fueron intentos desesperados por frenar un virus letal que ya se había cobrado miles de vidas en todo el mundo.


El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el COVID-19 como pandemia. A partir de entonces, numerosos países implementaron confinamientos masivos, algo sin precedentes en la historia. Sin embargo, algunas naciones optaron por estrategias distintas. Suecia, Taiwán, Uruguay e Islandia, entre otros, evitaron restricciones estrictas a la circulación y prefirieron medidas alternativas, como la limitación de grandes reuniones, pruebas masivas, cuarentenas para infectados y restricciones de viaje.


Cinco años después, se han acumulado datos y estudios que permiten evaluar la eficacia de estas estrategias. Investigadores del Instituto Noruego de Salud Pública, junto con expertos de Suecia y otros países, publicaron en mayo de 2024 un análisis sobre el exceso de mortalidad en Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia durante los primeros años de la pandemia. Mientras que Suecia evitó confinamientos estrictos, confiando en la responsabilidad individual, sus vecinos impusieron restricciones más severas, como el cierre de escuelas y la limitación de actividades públicas.


Los resultados del estudio reflejan que, en 2020, Suecia tuvo un notable exceso de mortalidad en comparación con sus vecinos. No obstante, a partir de 2021, la situación se revirtió y el exceso de muertes en los otros tres países aumentó, igualándose con el de Suecia cuando se ajustan las cifras a las diferencias poblacionales. Este hallazgo sugiere que los confinamientos pudieron haber retrasado, pero no evitado, el exceso de muertes. Además, las críticas a Suecia en 2020 por el alto número de fallecidos en residencias de ancianos han llevado a un análisis más detallado sobre la eficacia de sus políticas.


Desde un punto de vista económico, algunos estudios han indicado que Suecia sufrió menores pérdidas debido a la ausencia de confinamientos, lo que ha generado un debate sobre si su estrategia fue la más acertada. Un estudio de 2021 analizó el impacto de distintas intervenciones gubernamentales en 41 países y concluyó que medidas como la prohibición de reuniones de más de 10 personas o el cierre de escuelas fueron particularmente efectivas, reduciendo la transmisión en más de un 35%. Sin embargo, las restricciones totales de movilidad aportaron una reducción adicional de menos del 17,5% en promedio.


La revisión retrospectiva de la pandemia sugiere que las estrategias nacionales dependieron de factores específicos, como la estructura sanitaria, el comportamiento ciudadano y la demografía. Uruguay, por ejemplo, logró contener la propagación sin recurrir a un confinamiento estricto, mientras que Japón mantuvo una baja mortalidad inicial sin imponer restricciones obligatorias. No obstante, la aparición de la variante ómicron en 2022 modificó los patrones de contagio y mortalidad a nivel mundial.


El confinamiento tuvo consecuencias sociales y psicológicas significativas. Numerosos estudios han demostrado que el aislamiento incrementó la soledad y afectó la salud mental de millones de personas. Se registraron aumentos en la violencia doméstica, dificultades para la conciliación laboral y efectos negativos en la educación. Una investigación reciente, basada en datos de 72 países, sugiere que el cierre de escuelas pudo haber reducido el rendimiento en matemáticas en un promedio del 14%, equivalente a siete meses de aprendizaje perdido. También se observó un impacto en el desarrollo del lenguaje en niños pequeños.


Por otro lado, los confinamientos generaron mejoras ambientales temporales, como la reducción de la contaminación atmosférica y de las emisiones de carbono, aunque estos efectos fueron efímeros. Adicionalmente, en algunos países donde se impusieron estrictas políticas de «cero COVID», como China, se registraron protestas masivas en 2022.


El debate sobre la eficacia de los confinamientos sigue abierto. Si bien en muchos casos contribuyeron a salvar vidas, también impusieron un alto costo social y económico. Numerosos expertos coinciden en que, si bien los confinamientos fueron una respuesta válida en una situación de emergencia, su aplicación futura debe ser considerada con cautela y respaldada por estrategias comunicativas claras que fomenten la aceptación pública.


A cinco años del inicio de la pandemia, queda la interrogante: como sociedad, ¿realmente hemos aprendido de esta experiencia?

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