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Ya en 2008 en la Fundación Gaspar Casal nos ocupábamos de cosas como La Blogosfera Sanitaria y NETS .

Me gustaría pincelar dos visiones antitéticas que han explosionado últimamente en las redes sociales: una primera, en la que se observa una progresiva desigualdad y una falta de sentido colectivo  que nos lleva a un mundo cada vez más individualista (Bauman); frente a una segunda, con la idea de sociedad empática, donde estar juntos, vivir en comunidad, puede provocar en el ser humano un desarrollo de la empatía, de los valores humanistas que resulten finalmente en un cambio de paradigma real (Rifkin).

Empezamos con Bauman. Este sociólogo nonagenario de origen polaco asentado en el Reino Unido mantiene la tesis de que la crisis de la democracia es el colapso de la confianza. La creencia de que los líderes no solo son corruptos o estúpidos, sino que son incapaces. El dilema más libertad menos seguridad y más seguridad menos libertad seguirá existiendo. La cuestión de la identidad ha sido transformada de algo que viene dado a una tarea: tú tienes que crear tu propia comunidad. Pero no se crea una comunidad, la tienes o no; lo que las redes pueden crear es un sustituto. La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con que te relacionas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Pero en las redes es tan fácil añadir o borrar amigos que no precisas habilidades sociales. Estas las desarrollas cuando estás en el trabajo, en la calle y te encuentras con gente con la que tienes que tener una interacción e involúcrate en un diálogo. Las redes pueden encerrarte en zonas de confort donde el único sonido que oyen es el eco de su voz y donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Hay que usarlas para unir y ampliar horizontes sin evitar la controversia. Las redes son muy útiles, dan servicios placenteros, pero a la vez son una trampa.

Y seguimos con Rifkin.  Propone la empatía como el mejor modelo, y posiblemente el único, para las relaciones internacionales y la supervivencia global en el siglo XXI. Parece que el mundo jamás ha estado tan interconectado a través de los medios de comunicación, el comercio y la cultura, y tan salvajemente desgarrado por la guerra, la crisis financiera, el calentamiento global e, incluso, la migración de personas en situación de vulnerabilidad y la más fácil transmisibilidad de enfermedades. No importa cuánto nos empeñemos en la tarea de afrontar los desafíos de un rápido mundo globalizado, la raza humana parece quedarse corta continuamente, incapaz de reunir los recursos mentales colectivos para pensar globalmente y actuar localmente. Hay según él una desconexión entre nuestra visión del mundo y nuestra habilidad para percibir dicha visión que radica en el estado actual de la conciencia humana. El modo en que nuestro cerebro está estructurado nos predispone hacia una forma de sentir, pensar y actuar en el mundo que ya no es apropiada para los nuevos entornos que hemos creado. Explora cómo la conciencia empática reestructura la forma en que organizamos nuestra vida personal, nos acercamos al conocimiento, perseveramos en ciencia y tecnología, dirigimos el comercio, gobernamos y orquestamos nuestra vida civil. El desarrollo de esta conciencia empática es esencial para crear un futuro en que pensemos y nos comportemos de manera que el mundo valga la pena.

En síntesis, la información ha evolucionado a lo largo de la historia del mercado local a los medios de masas y a los medios sociales. El sharismo tiene que ver con que los que comparten están acumulando capital social y una superabundancia de respeto por parte de la comunidad. El sharismo está, posiblemente, codificado en el genoma humano. Postula que la lógica neuronal de conexiones, de abundancia de conexiones como signo de salud neurobiológica, de un cerebro como sistema abierto, se repite en el ser humano, es un proceso instintivo, que intenta desactivar la cultura del no comparte, muy prevalente hasta ahora.

Hoy estamos en un entorno de datos abundantes y abiertos para la investigación con un poder casi ilimitado de procesamiento, que nos lleva a un sistema medible, incluso programable.  El reto está en convertir la participación actual de las redes sociales en participación crítica y de calidad, creando espacios donde prime el talento cooperativo (a lo Cochrane, a lo Wikipedia,…) frente al mero comercio cooperativo (Airbnb, Uber,…). Se corre el riesgo de colonización uniforme y acrítica si queda fuera la deliberación participada.

Los usuarios de la Web hoy no son consumidores pasivos, sino prosumidores. En vez de constituir la audiencia de los medios tradicionales, interactúan con la información: comentan y producen contenido. Las nuevas organizaciones (redes informales) tienen límites difusos que se recomponen de maneras distintas en función del contexto. Es posible pertenecer a varios proyectos al mismo tiempo. La vinculación a espacios tiene que ver con formas líquidas de compromiso y con la pérdida de peso de las identidades. Veremos, en poco tiempo, si puede más el dentro institucional y que por tanto estas nuevas organizaciones vayan normalizando su peculiaridad o si por el contrario es el fuera el que logra que se modifiquen las formas  de hacer tradicionales de las instituciones y de las élites que las han venido ocupando.  La cosa pinta a que observemos que en estas nuevas organizaciones, se pase de la transparencia y la horizontalidad en sus maneras a  liderazgos jerárquicos y carismáticos, mucho menos participados.

Hölderlin nos recordaba que “donde hay peligro crece también lo que nos salva”. Aureli, arquitecto italiano nos recuerda en su ensayo “Menos es suficiente” la esquizofrenia de emparejar los recortes al Estado del bienestar con el estímulo al consumo individual que define nuestro universo. La innovación vacía de valores es una de sus consecuencias.

 

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