¿No piensan ustedes que es hora de replantearse el crecimiento económico? ¿cuál es el límite del crecimiento? ¿cuánto es suficiente y cuánto es demasiado?. La crisis última que arrancó en 2008, nos da algo más que pistas. Arreglar el desaguisado para que unos años después volvamos a lo mismo, como vemos que está ocurriendo desde hace décadas, no parece demasiado sensato. El debate es necesario y pertinente. Es, posiblemente, la polémica más importante de nuestro tiempo. El poder de los mercados ha ido demasiado lejos. Hace falta una macroeconomía ecológica sin crecimiento. Tim Jackson, autor del libro “Prosperidad sin crecimiento” admite que el bienestar material es un componente esencial de la prosperidad, y que el crecimiento económico es indispensable para el bienestar de los habitantes de las naciones pobres. Pero en países como el Reino Unido, el crecimiento continuado y las políticas que lo promueven acaban socavando la prosperidad, a la que él define como la condición que nos libra de la adversidad o de la aflicción. Esto implica, la salud, la felicidad, las buenas relaciones, las comunidades vigorosas, la confianza en el futuro, y un sentimiento de propósito en la vida. O como dice hoy en Diario Médico Miguel Ángel Jiménez, Jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital 12 de Octubre, si fuéramos capaces de mantener una actitud respetuosa hacia nuestro entorno en lugar de la cultura de la superabundancia puede que nos fuera mejor.
Pero, ¿cómo escapar del crecimiento sin hundir la economía y, por ende, nuestra prosperidad?. El crecimiento puede ser un problema mecánico o moral de difícil solución. En el sistema actual, es imposible encontrar la solución inmediata; cuando el crecimiento se detiene, el sistema se colapsa. Se trataría de empezar a pensar en un modelo de desarrollo distinto, que permita una estabilización económica mas definitiva, que aumente las inversiones ambientales, que redistribuya más equitativamente el crecimiento, que desplace el énfasis del gasto privado al gasto público, y, sobre todo, que nos anime a cambiar el chip, reduciendo comportamientos derrochadores, al mismo tiempo que se establecen firmes restricciones al consumo de recursos superfluos, perfectamente prescindibles, con carácter mejor voluntariamente, por convencimiento, que coercitivamente. La redistribución, tanto del ingreso como del empleo (mediante la reducción de las horas de trabajo) es un factor esencial en la propuesta que hace Jackson. Como también lo es la regulación de los bancos, un aumento de los impuestos sobre los recursos naturales y sobre la contaminación, y medidas para desalentar la manía por el consumo; por ejemplo, mayores restricciones sobre la publicidad. ¿Cómo?, a través de tasas sobre consumo mas que sobre ingresos y reducciones fiscales para aquellas compañías que gasten menos en publicidad. Empujar una economía estable, sin crecimiento, que evite tanto el colapso financiero como el ecológico. Nadie dice que sea fácil, pero tampoco imposible si se da con la correcta graduación de medidas que lleven a los resultados esperados. Hay que invitar al pensamiento oficial a reflexionar sobre lo impensable. Las redes sociales pueden ayudar a concienciar, a que emerja un movimiento natural que pida una nueva economía, una nueva forma de pensar y sobre todo, de hacer. ¿Demasiada ingenuidad?