Al igual que la caída del muro de Berlín, supuso “el fin de la historia” para Fukuyama, o los atentados terroristas perpetrados en suelo americano en 2001 (el ataque más sangriento dentro de sus fronteras desde Pearl Harbour), fueron el inicio de lo que Ian Bremmer denominaría “the g-zero world”, el 24 de junio de 2016 pasará a la historia como el día que se inició la era de la posverdad.

Siendo sinceros, la raíz del problema (en el medio plazo) muy probablemente se remonte a la crisis financiera que comenzó en el año 2007 pues como muy acertadamente señalara Marx: “las crisis son el motor de la historia”.

Dicho lo cual, más que hablar de la crisis de la democracia (como apunta el filósofo británico Grayling en su último libro “Democracy and its crisis”) convendría matizar y tratar más bien de hablar de la crisis de los partidos políticos tradicionales o lo que el profesor Hopkin de la LSE señala como el fin de los partidos cártel y el inicio de los partidos “anti sistema”.

Los partidos cártel surgen a finales de los años 80, en medio de un auge económico, que hace que se reduzca el componente ideológico de los partidos y su transformación hacia entes similares y profundamente estandarizados.

Dos profesores de Princeton, publicaron en el año 2016 un libro titulado: “Democracy for realists”. En la citada obra, Achen y Bartels llevan a cabo un cambio de enfoque transcendental, en virtud del cual, ponen el acento en cómo los votantes (incluso aquellos con niveles de estudios más altos) eligen no en base a los enfoques de cada partido ante los principales retos a los que se enfrenta la sociedad, sino conforme a su identidad social y su lealtad a un determinado partido. Lo anterior pone de manifiesto, una vez más, la relevancia de la ideología y cómo vuelva a situarse en el centro del proceso político.

El auge del populismo (de derecha y de izquierda), no es otra cosa que la apelación a la emoción (a lo irracional), en un mundo donde la verdad que tanto ansiara en encontrar Descartes es una utopía que no sólo no se va a alcanzar nunca, sino que deja de importar.

El ejemplo de lo anterior es Donald J. Trump. Un señor que niega la existencia de un fenómeno científico constatado como el cambio climático dirige el país más importante del mundo. Alguien que ha declarado una pseudo guerra a la ciencia porque dice representar “a los ciudadanos de Pittsburg y no de París” (y cierra así de un portazo uno de los hitos más loables en la protección del medio ambiente como ha sido el Acuerdo de París de 2015).

El diccionario de la Real Academia de la Lengua española define a la ciencia como “aquella rama del saber humano constituida por el conjunto de conocimientos objetivos y verificables sobre una materia determinada que son obtenidos mediante la observación y la experimentación, la explicación de sus principios y causas y la formulación y verificación de hipótesis”.

La rectitud moral que la ciencia representa, no se aleja mucho de esa búsqueda de la verdad irrefutable a la que se aludía en líneas anteriores.

¿Qué importan los hechos incontestables en el mundo de la posverdad? Qué son los factos científicos al lado de mensajes populistas…y es aquí donde entra el papel de la tecnocracia en aras a la defensa de la ciencia, la verdad y la razón. O lo que Broncano alude como “dar la palabra a los expertos en la democracia deliberativa”.

Lo que arroja aún más leña al fuego es que ya ni la ciencia se escapa a las mentiras maquilladas de falsas verdades (o lo que algunos ilimunati apodan como “alternative facts”) pues tal y como señala el profesor Ioannidis de la Universidad de Stanford, el 80% de la información científica que se maneja es de dudosa veracidad y se encuentra sometida al discurso narrativo del político de turno.

El mayor riesgo que se acomete en términos de democracia hoy en día es apelar a la democracia directa como antídoto mágico a los problemas o desafecciones sociales que afligen al común de los mortales. Más democracia no es igual a mejor democracia. Y el ejemplo paradigmático es el Brexit. ¿Se puede dejar en manos de ciudadanos decisiones que tengan tanta enjundia económica, política y social como la salida de Reino Unido de la Unión Europea? La respuesta es que estaría en función de la información previa veraz que se diera a los ciudadanos, aunque la responsabilidad de actos políticos tan transcendentales corresponde precisamente a los políticos que para ello son elegidos. También  hacer frente a las consecuencias de sus actos.

Y si el remedio no pasa por dar más pábulo a la democracia directa: ¿Cuál es la “receta” a las amenazas que acechan al mundo actual? A lo que de forma culinaria (y tremendamente filosófica) Escoffier respondería: “Du beurre, du beurre, du beurre et beaucoup de temps”.

Frente a los problemas complejos, no hay soluciones ni mágicas ni sencillas pero lo que sí que es cierto es que si algo bueno tiene la Sociedad de la Información y del Conocimiento son los distintos instrumentos y herramientas que la ciencia nos brinda para intentar acercarnos a la comprobación de la verdad.

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