El teletrabajo es una forma de organización y/o realización del trabajo, utilizando tecnologías de la información y la comunicación en el contexto de un contrato de trabajo, de una relación laboral, donde el trabajo –que también podría realizarse en las instalaciones del empleador– se lleva a cabo fuera de esos locales de forma regular.
El teletrabajo afecta a todos los sectores de la economía, ocupaciones y niveles educativos. En términos de diferentes sectores de la economía, se puede encontrar un uso considerablemente mayor del teletrabajo en bienes raíces, intermediación financiera y educación. Son las posiciones profesionales, gerenciales y tecnológicas las que están más involucrados en el teletrabajo. La tendencia indica que un 50% de los empleados con niveles educativos más altos (estudios universitarios) llegarán a teletrabajar a mediados de esta década, según la OCDE. Sin embargo, hay falta de empeño regulatorio en la igualdad de oportunidades y falta de protección de trabajos de alta dirección con mucho componente tele. Franja etárea y ciclo generacional también pueden discriminar. Hoy, sólo un tercio de los trabajos se pueden hacer enteramente desde casa.
El trabajo flexible tiene el hipotético potencial de balancear la división del trabajo-vida personal. País, cultura, contexto familiar y organizacional se relacionan con género y clase social e impactan sobre el anterior balance. Empiezan a surgir preocupaciones en el modelo de empleo basado en trabajos cortos, esporádicos, y directamente relacionado con el desarrollo de la tecnología de la comunicación, acerca de la discriminación por género. Todavía hay alguna barrera tecnológica como el disponer de banda ancha de alta velocidad suficiente, que está desigualmente extendida (rural-urbano). Las empresas equipadas con una conexión a Internet de alta velocidad ofrecen más oportunidades de teletrabajo. Los empleados masculinos son generalmente más propensos a hacer teletrabajo que las trabajadoras. Estas diferencias de género pueden explicarse, al menos en parte, por la distribución del teletrabajo entre sectores y ocupaciones. Los sectores con una mayor incidencia de teletrabajo, como son la intermediación inmobiliaria y financiera, también tienden a tener una fuerza laboral más masculina. La misma tendencia es cierta para los trabajadores en ocupaciones de mayor cualificación, así como las ocupaciones científico-técnicas, donde hay menos empleadas.
La pandemia de la COVID-19 es un experimento masivo de teletrabajo. La crisis está señalando la tendencia para el medio y largo plazo. La inercia previa –con solución tecnológica existente desde hace tiempo– ha tenido más que ver con culturas de trabajo muy apegadas a la tradición, así como con a la falta de interés de los empleadores en invertir en tecnologías y prácticas de gestión necesarias para que la fuerza de trabajo opere en entornos tele. Hay, lógicamente, pros y cons en la implantación de más teletrabajo.
Entre los pros: salarios más altos para trabajadores de altos ingresos, reducción de emisiones (menos desplazamientos) y costes de oficina. Es ideal para situaciones de emergencia como la que ahora vivimos. Está por demostrar si nos hace más productivos y si el sistema puede escalar.
Entre los cons: gestión de personal más dificultosa, resistencia cultural, aislamiento con efectos negativos en el bienestar y en el desarrollo de carrera profesional. Hay doble tarea a compartir cuando el cuidado de los niños y la escolarización se ven muy limitadas, como en la presente crisis.
En fin, teletrabajar está bien hasta cierto punto. Muchos profesionales piden combinar dos o tres días de trabajo en casa y resto en la sede. Hay que separarse con prudencia de las modas, de los cambios de paradigma… Los tránsitos han de ser graduales, pactados y con garantías. Además, sin cuerpo no hay relato.
Por último, algunos consejos de Perogrullo para digerir mejor el teletrabajo: no caer en la reunionitis virtual, diferenciar modo trabajo del modo vida personal, generar nuevas interacciones virtuales con los compañeros del trabajo no vinculadas estrictamente al trabajo, obligarse a salir –fines de semana sagrados–; e ir disfrutando de sus ventajas, mayor flexibilidad, ahorro de costes y de tiempo de desplazamientos así como de una mayor libertad para compatibilizar actividades familiares compartidas.