Empecemos con las frías cifras, posiblemente subrepresentadas, de la situación desde las 4 a.m. del 24 de febrero de 2022, hasta cuando la Federación Rusa atacó Ucrania a las 24:00 horas del 3 de julio de 2022, la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas (OHCHR) registró 11.152 civiles afectados en Ucrania: 4.889 muertos y 6.263 heridos.
Este conflicto, iniciado por una invasión rusa no provocada, ha infligido la muerte y el
sufrimiento generalizado a civiles y militares ucranianos. Más de 7,1 millones de
ucranianos han sido desplazados dentro de su país, y aproximadamente 5,3 millones
han cruzado las fronteras para convertirse en refugiados en otros países europeos. La
guerra ha provocado una respuesta humanitaria masiva, pero el asalto de Rusia se ha
intensificado y el tiempo de conflicto desigual se está prolongando.
En la década de 1990, la comunidad médica perfeccionó su capacidad de evaluar y
responder a los conflictos armados. Las guerras recientes y los conflictos brutales han
dado lugar a importantes esfuerzos desde la epidemiología para conocer con prontitud
la morbilidad y la mortalidad relacionadas con la guerra, el sufrimiento de los civiles, la
capacidad de atención de la salud en medio de la guerra, las consecuencias del
desplazamiento abrupto de la población y los parámetros de la respuesta humanitaria.
Se acompaña de debates jurídicos y normativos sobre los derechos humanos y las
dimensiones jurídicas internacionales de los conflictos armados.
Una proporción sustancial de la morbilidad y mortalidad civil en Ucrania es
indudablemente atribuible a enfermedades resultantes del desplazamiento forzado y
de los daños a los sistemas de suministro de alimentos y agua, a las infraestructuras
sanitarias y a las instalaciones de salud pública, y otras infraestructuras civiles.
Las enfermedades transmisibles crecen más fácilmente debido a las condiciones de
vida de hacinamiento, la disminución del acceso a agua potable y alimentos, el
saneamiento y la higiene comprometidos, a la atención médica inadecuada y a las
fallas en las campañas de inmunización. Durante la guerra, los civiles corren un riesgo
especialmente mayor de enfermedades diarreicas, como el cólera, y trastornos
respiratorios, como el sarampión, la Covid-19 y la tuberculosis. Además, la resistencia
a los antimicrobianos a menudo aumenta durante la guerra.
Otro riesgo es la desnutrición de los bebés y los niños pequeños, que puede provocar
efectos perjudiciales en el desarrollo físico y cognitivo, así como un aumento de la
morbilidad más adelante en la vida. Como estrategia de guerra deliberada, las fuerzas
militares rusas han castigado la agricultura, dañado los sistemas de almacenamiento y
distribución de alimentos y restringido el acceso a los alimentos. Las consecuencias
indirectas para la nutrición pueden extenderse mucho más allá de Ucrania; la
destrucción de tierras de cultivo e instalaciones de almacenamiento de grano (trigo y
maíz, sobre todo), su robo y el bloqueo de las exportaciones de alimentos contribuirán a la malnutrición en los países de ingresos bajos y medios que dependen de las
exportaciones de grano de Ucrania.
Las tasas de complicaciones del embarazo, muertes maternas, bebés prematuros y de
bajo peso al nacer y muertes neonatales aumentarán debido a la reducción del acceso
a la atención maternal e infantil. La incidencia de algunas enfermedades no
transmisibles aumentará y los casos preexistentes se exacerbarán debido al acceso
limitado a la atención médica y a los medicamentos esenciales.
Las tasas de depresión, trastorno de estrés postraumático y otros trastornos mentales
y de comportamiento, con consecuencias a corto y largo plazo, aumentarán debido al
trauma, la separación familiar, la muerte de seres queridos, la pérdida de empleo y
educación, el desplazamiento forzado y el testimonio de las atrocidades vividas.
Además, la gran pérdida de hombres, el desplazamiento masivo de mujeres y su
cambio de estatus a responsables del hogar solteras pueden afectar sustancialmente
la demografía de Ucrania durante décadas.
Durante este tiempo tenso, es esencial aumentar la asistencia humanitaria a los
ucranianos necesitados y apoyar los esfuerzos locales, nacionales e internacionales
para reunir y preservar pruebas de los posibles crímenes de guerra cometidos por
Rusia. Y es imperativo aprovechar este momento de peligro para reflexionar y abordar
la amenaza profunda y existencial que representan las armas nucleares que hasta
ahora han servido para la disuasión.
La guerra de Rusia a Ucrania proporciona la última demostración de las catastróficas
consecuencias de la guerra relacionadas con la salud y eclipsa -en extensión- la
destrucción anterior de Chechenia por parte de Rusia y el bombardeo de instalaciones
de salud y poblaciones en Siria.
Por último, los profesionales de la salud tienen la responsabilidad no solo de
responder a las necesidades de las víctimas actuales, sino también de
participar en la prevención de los efectos devastadores, duraderos e
intergeneracionales de la guerra sobre la salud y la vida humanas.
Hoy día 24 de agosto, se cumplen los seis meses de la invasión. Los
ucranianos parecen estar más unidos que nunca. La entrega de tierras al
agresor sólo alimentará su apetito. Cuanto más dure la guerra, más territorio
será tomado por Rusia e incorporado al Estado ruso en expansión. Hay pocas
ganas en ambos lados de llegar a una solución negociada. Pero en esta guerra
de desgaste, el tiempo y el peso de la población están del lado del agresor.
Rusia puede sobrevivir. La amenaza nuclear lo eclipsa todo. Hay una central
nuclear en peligro que nos hace pensar en un Chernóbil 2.
La guerra es, siempre, un fracaso de la razón, la diplomacia y el compromiso.
Sus consecuencias sobre la salud como hemos visto son devastadoras. Hay
que discutir algún final. Se trata de una elección trágica. Los imperios tienen
sus límites, y cuando se enfrentan a una oposición decidida, pueden aprender
una dura lección: un reguero de vidas perdidas que empiece a ser intolerable
por su propia población. Veremos.