En el estudio “La transformación del sistema de salud para preservar su esencia” enlace presentado hace unas semanas, vimos que muchos de los problemas que adolece nuestro SNSE poco tienen que ver con la descentralización administrativa, y mucho con los continuos aumentos de la demanda de servicios que satisfacer, que inducen continuos incrementos de costes. Y la postpandemia lo ha amplificado.
Además, el envejecimiento de la población; el incremento de las expectativas en relación con la salud por parte de la ciudadanía; el médico como inductor de demanda aun sin incentivo dinerario en sistema público pero fascinado por la nueva tecnología cada vez más disponible y de fácil acceso con un coste cero en el momento de uso; nos llevan, ineludiblemente, a un aumento de los servicios de atención primaria, de las urgencias, de las hospitalizaciones y de la factura farmacéutica.
Así mismo, los estilos de vida no saludables como el tabaquismo, el alcoholismo, el sedentarismo, la sobrealimentación, etc., así como los cambios medioambientales, empujan la demanda. Paradójicamente, aunque los ciudadanos están informados sobre esos factores que influyen en su salud mejor que nunca en la historia, muchos tienden a descargar sobre el sistema sanitario ciertas responsabilidades referentes al cuidado de su propia salud.
El encarecimiento de la sanidad es tan real como su efecto sobre el bolsillo de los ciudadanos, bien a través de una mayor presión fiscal cuando la provisión es pública, bien a través de precios cada vez más altos cuando se opta por proveedores privados. A pesar de ello, la demanda de servicios sanitarios ha crecido en consonancia con el mayor poder adquisitivo de la sociedad y la mayor información disponible, y su provisión eminentemente pública y universal ha puesto de manifiesto que los ciudadanos no quieren prescindir de ellos por alto que sea su coste.
Es probable que en un futuro la financiación esté en consonancia con la recaudación de tributos directos e indirectos que se observa en las arcas del Estado y de las comunidades autónomas. No se vislumbra un reparto en función de necesidad sanitaria. El criterio de población con algún factor corrector local es el que prevalece.
El postcovid está provocando un incremento de las necesidades sanitarias y sociales y, si no hay suficientes recursos públicos para cubrirlas, aumentarán las tensiones sociales, los conflictos de convivencia, así como la merma en el bienestar de muchos ciudadanos y, por ende, en la capacidad de crecimiento de España. La inyección de los fondos de la UE no es ni el bálsamo de Fierabrás ni ad eternum.
Así, ante una demanda creciente y unos recursos siempre limitados, los responsables de los sistemas públicos intentan conseguir recursos adicionales y mejorar la gestión siempre dentro de un contexto de equidad y de igualdad de acceso.
Los directivos de los servicios regionales de salud lo hacen con convicción y empeño. Sin embargo, conviene señalar que la productividad de los servicios sanitarios públicos es menor que la productividad total de la economía por razones que poco tienen que ver con la gestión de los responsables autonómicos. Las innovaciones diagnósticas y terapéuticas tampoco suelen sustituir al trabajo, por lo que la productividad aparente tampoco aumenta, lo cual es incompatible con unos beneficios de la innovación superiores a sus costes.
En esta situación se visualiza mejor el relevante papel de los otros determinantes distintos al sistema sanitario y su funcionamiento sobre la salud. Por tanto, es racional plantearse que la medicina curativa obtiene unos resultados limitados y cercanos a su techo. El aumento de recursos debería, pues, orientarse más a la prevención, a corregir estilos de vida no saludables, a través de acciones de eficacia probada y de una mayor investigación aplicada.
Tarea esta compleja, exenta de glamour y que, además, afronta serias carencias de conocimiento básico acerca del funcionamiento del comportamiento humano, de cómo modificar determinadas conductas y mantenerlas en el tiempo, frente a la presión que ejercen múltiples factores de estrés a diario. Además, la buena salud no es sólo una cuestión de estilos de vida: la reducción de la pobreza, del desempleo, de la exclusión, del fracaso escolar y de la soledad mejoraría muchos indicadores sanitarios, y lo haría con mayor impacto que muchas de las nuevas inversiones en hospitales y alta tecnología. Cabe decir algo similar respecto a las mejoras esperables de una mayor preocupación ecológica.