La Fundación Ernest Lluch y la Fundación Gaspar Casal celebrarán un Encuentro los días 7 y 8 de Julio de 2016 en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en el Palacio de la Magdalena en Santander.
En los países desarrollados la expectativa de vida al nacer casi ha doblado su cifra en lo que va de siglo, aumentando los años de vida sin enfermedad. Los factores determinantes de esta mejora de la salud hay que buscarlos en el desarrollo socioeconómico, a las mejoras en la educación y el medio ambiente, a un mayor conocimiento de la biología y de la genética humana, además de a los avances médicos que han venido de la mano de la innovación y el desarrollo tecnológico.
Este progresivo envejecimiento de la población provoca nuevas necesidades asistenciales y de aseguramiento que desafían a los sistemas de protección social aumentando sus costes y los periodos de cobertura.
Además, debido a la intensidad y complejidad de la asistencia sanitaria, sus costes aumentan en el último año de vida, con independencia de la edad de los pacientes sin una clara relación ni con los objetivos de ese esfuerzo asistencial ni con las preferencias de los pacientes. Sólo cantidad (vivir más años) sin calidad de vida añadida no parece la opción mejor, pero es la que estamos consiguiendo con una innovación que no cesa y que seguramente no podremos seguir pagando a todos, ni todo, ni gratis en el momento de uso. Por ello, es necesario avanzar en el establecimiento de políticas asistenciales socio-sanitarias que garanticen la eficiencia del uso de recursos públicos y privados, promuevan la redefinición de roles profesionales y respeten la voluntad de los pacientes.
Seguramente el envejecimiento de la población tiene enormes implicaciones que todavía no alcanzamos a ver y que definirán la forma en que nuestros sistemas de salud y de asistencia social actuales estén diseñados, organizados y financiados, con el fin de promover el bienestar y el compromiso en el cuidado de la salud (hay que subvencionar la investigación dirigida a cómo promocionar la salud y prevenir la enfermedad para que el sistema sea financieramente sostenible), nos lleva a retrasar la discapacidad y a proveer cuidados de alto valor y personalizados.
Hay que empezar reconociendo que las personas mayores no son un grupo homogéneo, y que por tanto, los servicios y la financiación deben adaptarse para satisfacer las necesidades de aquellos que están relativamente bien y son independientes, para seguir siendo miembros activos de la sociedad el mayor tiempo posible; como de aquellos con enfermedades crónicas que necesitan algo de ayuda con cuidado diario; junto con aquellos con enfermedades complejas y limitaciones funcionales; y aquellos que están enfrentando el final de la vida.
Hay que desarrollar modelos integrados de atención socio-sanitaria en el que los servicios sean coordinados en torno a las necesidades de los individuos y las poblaciones, abordando los muchos determinantes sociales de la salud que afectan a la propia salud, al bienestar, a los costes de atención en salud y a los resultados. Hay que establecer un enfoque de «cultura de la salud», en la que sea la salud de la población la que oriente la toma de decisiones públicas y privadas, y garantice tanto la colaboración intersectorial como la conciencia de los medios de comunicación social. Es importante que en equidad, todos los sectores geográficos, demográficos y sociales, sus servicios adopten un enfoque basado en los derechos y no en las necesidades. Hay que pensar en ir poniendo fin a la inversión desproporcionada en cuidados agudos institucionales, dando mayor prioridad a las opciones de atención auto gestionadas a través del uso tanto de innovaciones tecnológicas como de soluciones de baja tecnología y de alto contacto. Hay que propiciar los recursos humanos cualificados para la atención en salud de personas de edad avanzada, reconociendo y haciendo atractivo su trabajo.
En cuanto a políticas, se necesitan alianzas nuevas e innovadoras en todos los sectores (gobierno, sector empresarial y organizaciones no gubernamentales) para garantizar marcos sostenibles capaces de afrontar los retos asociados con el envejecimiento de la población.
Seguramente los Gobiernos deberían asumir responsabilidades para planear e implementar enfoques estratégicos, abolir enfoques de silos en políticas de envejecimiento, dejando de identificar la cartera de servicios a los departamentos de salud y de bienestar exclusivamente, y en su lugar identificando el envejecimiento como una cartera de prioridad en todos los departamentos, con coordinación al más alto nivel. También habilitar «ecosistemas innovadores» fomentando la creación de start-ups y empresas sociales que trabajen en nuevas tecnologías y soluciones para las sociedades que envejecen. Y, desarrollar modelos innovadores de colaboración y financiación público-privados que articulen aquellos objetivos sociales deseados para la adaptación de las sociedades que envejecen a cumplir estos objetivos.
Las empresas deberían dar prioridad a la innovación y buscar soluciones innovadoras prometedoras, es decir, que merezcan socialmente la pena. Las organizaciones no gubernamentales deberían reconocer y maximizar su exclusivo rol en tender puentes entre las actividades de gobierno y las empresas. En fin, que no es poca la faena que tenemos y sería conveniente empezar cuanto antes!