Quizá nunca lo haya sido en nuestra historia reciente, pero desde la crisis de 2007, no lo es. Ilustres analistas alertan que nuestros hijos serán más pobres que nosotros. Se rompe una tendencia generacional en la mejoría de renta y riqueza de nuestros predecesores que ocurría desde hace más de un siglo. Por ende, si continua la inercia actual, aunque crezca nuestro PIB un par de puntos unos cuantos años, no será suficiente para insuflar a nuestro mermado sistema de protección social los recursos que precisaría para hacer frente al gran número de necesidades no atendidas. Para los jóvenes, la precariedad del mercado laboral y cómo retribuye este su mayor productividad (con bajos salarios) no son buenas noticias. La enorme temporalidad que tiene nuestro país se concentra en un 72,9% en la franja de edad de 16 a 24 años, treinta puntos por encima de la media europea. Posiblemente la reforma laboral ha servido para despedir a los padres con facilidad y contratar a los hijos con menos salario y menos seguridad. Médicos con 11 años de estudios, 6 de grado y cinco de MIR, encuentran un trabajo de guardias en el mejor de los casos…así estamos.

Además, irrita que se reserven este año en los presupuestos públicos 3.500 millones de euros para rescatar a las radiales (no debían hacer falta porque apenas se han visto coches, circular por ellas) y, sin embargo, los presupuestos para educación apenas suban. En términos de coste de oportunidad, no se construirán ni dotarán infinidad de guarderías públicas de 0 a 3 años, que harían falta para fomentar la natalidad y conciliar con eficacia la vida laboral y familiar. Y sí no invertimos o al menos suavizamos el escenario demográfico que tenemos con un incremento de esperanza de vida, una natalidad por los suelos, un volumen de población ocupada frente a retirada cada vez menor (mayor duración del periodo de estudio de los jóvenes junto a un aumento de la jubilación anticipada), hará que el desajuste sea ingobernable y generará mucho más malestar social del que ya hay.

Los jóvenes con acceso a la formación están cada vez mejor preparados, pues la sociedad ha invertido recursos en su educación, acceden con enorme dificultad al mercado laboral. Los puestos de trabajo son volátiles, poco estables, mal remunerados. Esta escasa capacidad adquisitiva les retiene con sus padres, para ir ahorrando, retrasan el momento de tener hijos y, como se ha dicho a pesar de su mayor potencial de productividad, reciben una retribución pero que la de sus padres.

Pongamos unos números, la última encuesta de la situación financiera de las familias españolas para el periodo 2008-2014 muestra el peso desproporcionado que han sufrido los jóvenes. Los menores de 35 años tuvieron una pérdida media del poder adquisitivo del 25,7%, mientras que los jubilados solo un 6%. Sabemos que se debe en parte a la salida del mercado del trabajo del grupo de los de mayor edad con situaciones más favorables que los jóvenes recién ingresados con contratos temporales de más baja remuneración. La evolución de la riqueza aumento en el tramo de los 65 a los 74 años casi un 12%, sin embargo, los menores de 35 vieron como sus patrimonios se reducían un 46,4%. La riqueza en España está peor distribuida que la renta y ha golpeado con dureza a los jóvenes. El reconocimiento de este hecho debería ser uno de los pilares de cualquier política que pretenda conseguir un futuro razonable para nuestros hijos.

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