En el último Barómetro publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) el tercer problema que más afecta a los ciudadanos a nivel personal es la Sanidad (14,1%), sólo por detrás del paro (29,5%) y la economía (22,9%). Los españoles piensan que la educación (30,3%) y la sanidad (25,9%) deberían estar entre las principales prioridades de los partidos políticos.
Fernando Vallespín, que fue director del CIS, habla de un desvanecimiento de la auctoritas en profesores, jueces, médicos, periodistas y cómo no, y, sobre todo, en políticos. Auctoritas conecta con la confianza. Estos bienes intangibles tenían capacidad de reducir la complejidad que nos rodea y permitían una mejor orientación. La propia democracia va quedando desnuda.
Además, la probabilidad de una nueva recesión económica es muy elevada. Gobiernos y reguladores siguen sin anticiparse y carecen de herramientas eficaces para hacerla frente.
El sistema fiscal no es suficiente ni eficiente (requiere modernización y nuevas tasas para empresas de la nueva economía). Hoy, la tributación recae aún más en familia (un 83% frente a un 74% antes de la crisis) que sobre riqueza y capital. Para más inri, va contra quiénes sufren la pobreza ya que hay regresividad, gravamos mucho el consumo de bienes básicos para la vida.
Empeora la situación el que más de la mitad de los españoles cree que paga muchos impuestos para los servicios que recibe. Un 86% de los encuestados recientemente por el Instituto de Estudios Fiscales (IEF) considera que el fraude fiscal ha aumentado. Por último, la satisfacción con los servicios recibidos (sanidad y educación, especialmente) están en inexorable caída. De aquí al desafecto hay sólo un paso.
La distribución de la riqueza en España es extremadamente desigual, con clases medias y bajas cada vez más endeudadas. Quizá sea éste el factor que más explique que, por el desafecto, no hayan huido, todavía, a buscar servicios privados. ¿Se puede hacer algo ante este panorama?.
Claramente, dos cosas, la primera en importancia, invertir más en educación, que las universidades conecten más y mejor la investigación básica y aplicada con el mercado y la sociedad, que sus esfuerzos formativos y de investigación, apunten a una transformación tecnológica no desigual (atendiendo a las carencias distributivas de la nueva economía), con marcos normativos que favorezcan el emprendimiento y la competitividad de los futuros egresados. Las universidades públicas ganaran en prestigio y calidad si nos quitamos de la cabeza el sambenito de la gratuidad. Es mejor que haya buenas becas para buenos alumnos que las necesiten por extracción social, y así se puedan cobrar tasas no enteramente subsidiadas. Además, hay que invertir en una formación profesional de calidad con prácticas en las empresas, basada en el aprendizaje de los oficios con futuro en el mercado de trabajo, a lo alemán.
La segunda, invertir más en sanidad, pero no de cualquier manera. La buena salud va de la mano del crecimiento económico y viceversa. Invertir sólo en los servicios sanitarios que merezcan la pena (aporten valor); sacar de la financiación pública todo lo inefectivo, que no es poco; luchar contra el despilfarro (puede alcanzar un 10% de la factura sanitaria) y, lo más difícil, alinear los incentivos de los profesionales sanitarios con los de sus organizaciones para generarles una mayor satisfacción. Son aspectos a cubrir ineludiblemente. Los pacientes, sí, más autónomos, pero, sobre todo, más responsables en el cuidado de su salud. Una nueva vía es conjugar la salud pública con la economía del comportamiento y aquí los programas de intervención que manejen los nudges (estudiados por el Nobel de economía de 2017, Richard H. Thaler) o acicates, llevarán a tomar mejores decisiones sobre nuestra salud y ayudarán a conseguir comportamientos preventivos.