Kuznets fue el creador del sistema norteamericano unificado de contabilidad nacional. Había trabajado en la relación entre el crecimiento económico y la distribución de los ingresos, pero fue siempre muy crítico con la pretensión de medir el bienestar exclusivamente sobre la base del ingreso per cápita. En un discurso ante el congreso estadounidense ya en 1934 apreció que sus advertencias eran ignoradas y que tanto los economistas como los políticos acostumbraban a equiparar la prosperidad con el crecimiento del PIB per cápita.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el uso del PIB se extiende por el mundo como la manera de calcular la contabilidad nacional y poder comparar entre países. Ayudaron el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional junto a la facilidad con que los políticos trasladaban el mensaje “fortalecer la economía” como el equivalente a mejorar el PIB. Sirvió para una economía industrial. Pero en el siglo XXI, no. Básicamente porque la economía es de servicios, dejando muchas cosas sin medir y sin caracterizar: el PIB bueno y el PIB malo.
Innerarity señala que cuando no entendemos la sociedad, la medimos. Casi todo se puede cuantificar: la competitividad de las empresas, la popularidad de los políticos, la calidad de vida de las ciudades, la calidad del sistema educativo, la satisfacción con el sistema sanitario… Estamos configurando una sociedad de scores, rankings, ratings, impactos, indicadores, likes, estrellas, puntuaciones, tasas, índices… Vivimos en el régimen de la omnimetría, donde todo puede ser medido y sin las cantidades nada se valora con objetividad. Hay una permanente medición y valoración de cosas, personas, profesiones e instituciones.
La sociometría es una manera de compensar nuestra dificultad a la hora de interpretar la sociedad en la que vivimos. Las clasificaciones son instrumentos para ordenar la información y proporcionan ayuda a la hora de decidir sin tener que perder el tiempo en interpretar. Las clasificaciones numéricas ofrecen la ventaja de que son fácilmente comprensibles y aceptadas sin mayor cuestionamiento. Tienen el encanto de la simplicidad en medio de unos entornos que son cada vez más confusos. El mejor ejemplo: el PIB. Sin embargo, por ejemplo, no sirve para medir lo bueno y lo malo de una comida o lo lento y lo rápido de un tren.
La presión demográfica y la presión sobre el medio ambiente, es decir, la caracterización de nuestro mundo, no nos permite seguir maximizando la producción como mejor expresión del éxito económico. Se puede reducir la producción (por ejemplo, oímos música sin consumir discos compactos) que frene el deterioro ambiental sin ser tachado de freno al progreso económico. ¿Fácil?, en absoluto.
Los economistas, dice Layard, tienen una idea bastante limitada de lo que influye en el individuo y deben colaborar más con los psicólogos para establecer propuestas que beneficien a todos. Caminamos a una economía del comportamiento. Es Kahneman en “pensar rápido, pensar despacio”, quien asegura que la teoría económica dominante está muy sesgada a la obtención de resultados sin pararnos a pensar qué tipo de resultados.
Ya hemos señalado que, si nos preocupa crecer, hay métrica. Si nos preocupa la felicidad, también hay métrica, otra. En la medida de la felicidad el punto de equilibrio de cada uno y saber elegir las metas, es crucial. Si son muy elevadas y difíciles de alcanzar nos generan depresión; si son sencillas, aburrimiento. 7 son los elementos que Layard apunta para lograr ser feliz: las relaciones familiares, la situación financiera, el trabajo, la comunidad, los amigos, la salud y la libertad personal, valores y filosofía de vida. La felicidad se mide preguntando a la gente (por ejemplo, A better life index de la OCDE o el Gross National Happiness de Bután) y con técnicas de imagen (resonancia magnética y tomografía de positrones).
Muy posiblemente la última crisis económica, severa y sistémica, nos ha llevado a sacudir el debate en las economías desarrolladas de cómo medir el bienestar de las naciones y los límites que tiene el PIB actual. La dicotomía entre la economía oficial frente a la economía real, la macroeconomía frente a la microeconomía (las personas), la economía capitalista frente a la economía del bien común (Tirol), empuja a que nos preguntemos si el PIB tiene demasiado peso en nuestras vidas, se sobrevalore en exceso en el proceso de toma de decisiones y, sin embargo, no se estudien otras alternativas mejores.
Empecemos por las variables ausentes en su medida: el tiempo de ocio, la esperanza de vida y, la desigualdad (en ocio y consumo). Aunque la renta es algo cuantificable, objetivo y comparable, no es más que un instrumento (incompleto) para maximizar el bienestar de los individuos. La felicidad también es un concepto mensurable, vía utilidad (haciendo elecciones). También se pueden utilizar medidas subjetivas (satisfacción).
El mayor problema es todavía la comparabilidad (intra en intertemporal). Si una sociedad decide consumir mucho en el presente, su volumen de activos de deteriorará y necesariamente tendrá que reducir su consumo (y su bienestar) en el futuro. Parece pues que el desarrollo económico es sostenible cuando el valor de la función de bienestar social intertemporal no se reduce a medida que transcurre el tiempo. Hay, un umbral de ingresos a partir del cual la felicidad ya no se relaciona con el ingreso, o lo hace débilmente. Lo que verdaderamente importa en términos de felicidad no es el nivel absoluto de ingresos de una persona, sino cómo se compara el ingreso, o el consumo o cualquier otro determinante del bienestar, con el de otras personas (comparación social) o con su propio pasado (hábitos).
Aunque podemos concluir que, difícilmente un indicador de bienestar agregado, puede captar todos los matices que contribuyen a la felicidad de las personas, no nos exonera esta circunstancia a que las prioridades de las políticas públicas y sus presupuestos no estén explícitamente orientados al bienestar. También, a que sabemos que el Estado, la acción de gobierno emprendedora (Mazzucato) en inversiones generadoras de bienestar, generan reducción de las desigualdades y crean innovación socialmente útil.
Jacinta Arden, la primera ministra de Nueva Zelanda, ha fijado cinco prioridades para el nuevo gasto de su gobierno: mejorar la salud mental, reducir la pobreza infantil, reducir las desigualdades, eliminar la brecha digital y descarbonizar la economía. Es importante que se sepa que crecemos para saber también cómo se reparte (prioridades). Hay mucho camino que recorrer. Nuestras linternas tienen que alumbrar todavía muchos espacios de oscuridad.