En España han desaparecido los vientos de cola que propiciaban un crecimiento económico empujado exógenamente. No hay apenas posibilidad de mayor recaudación de impuestos para dirigirlos al sector salud. Pinta feo. Se vuelve a perder empleo. Son muchas las necesidades sociales a atender. Seguramente,  seguiremos siendo espectadores de la progresiva pérdida de confianza en nuestro sistema sanitario público. Es explicada principalmente por los mayores tiempos de espera y la menor satisfacción con el servicio recibido. Además, los barómetros muestran una creciente preocupación ciudadana por la futura salud del sistema sanitario público, garante y pilar inequívoco de nuestro sistema de bienestar social.

 

Pero sobre todo hay que desandar el camino iniciado hace años cuando “éramos ricos”, crecíamos al 4% anual, y se nos decía que había barra libre, que todo era gratis para todos en el momento de uso. Sin conciencia alguna del coste asociado al consumo no siempre apropiado.

 

Hoy y siempre, menos es más. Hay que desmedicalizar la vida cotidiana, hay que aminorar la exigencia inmediata de asistencia que lleva a un mayor crecimiento del gasto, por un mayor uso de los recursos, pero que no comportará unos mejores resultados en salud. Desterremos, aunque cueste, el individualismo exacerbado que ha permeado entre los usuarios, que empuja al sobreconsumo. Además, minusvalora a la salud pública y resalta la atención curativa y episódica que tiene poco que ver con las necesidades presentes y futuras del conjunto de la población. La atención médica errática y sin continuidad se asocia con peores resultados de salud.

 

La mayor medicalización de la vida diaria convierten el enfermar en algo a señalarse, por la nueva exigencia moral de cuidarse, sin distinguir estilos de vida de condiciones de vida, por el miedo a la más improbable enfermedad, con el resultado de la expropiación de la salud de individuos, familias y comunidades. Debilita una salud pública que promueva y proteja la salud con intervenciones transversales apropiadas, eficaces y éticas en todos los aspectos posibles: vacunaciones, genética, alimentación, medio ambiente, entorno laboral y social, transporte, etcétera). Un ejemplo ha sido mencionado por María Neira de la OMS en la Cumbre de Cambio Climático: “Nuestros sistemas de salud están ya sufriendo las consecuencias del cambio climático. Tenemos mucha evidencia de que hay un altísimo número de casos hospitalarios relacionados con la exposición a la contaminación del aire. El tratamiento de las enfermedades crónicas causadas por la contaminación del aire representa un coste enorme. Y ese coste no está considerado en ninguna de las negociaciones sobre estimación de gasto”.

No será fácil adaptarse a la previsible evolución de las exigencias de los ciudadanos del s.XXI que exigirán nuevas actitudes, habilidades y conocimientos de los profesionales, de los gerentes,  y de los políticos sanitarios en general.

Dicha evolución previsible de la sociedad plantea el más que conocido dilema científico y ético entre la atención médica individual, curativa y episódica, y la atención colectiva, continuada e integral. Es decir, un dilema científico y ético entre la capacidad de decisión del individuo -la libertad- y la necesidad de una cierta organización social que garantice el uso eficiente de los recursos sanitarios al responder según necesidades, no según posibilidades de pago -la equidad-.

Se corre el riesgo de tener una sociedad cada vez más dual, con las clases sociales media y alta consumiendo recursos sanitarios por exceso, y la clase baja y los grupos marginados que pueden llegar a consumir por defecto. El resultado: más daño que beneficio, falta de solidaridad y enorme gasto sanitario con pobres resultados en salud. Estamos a tiempo de frenar el desafecto, por pérdida de confianza, que se empieza a reflejar en las encuestas del CIS que nos llevaría a un deterioro de la calidad en la prestación de los servicios sanitarios públicos.

No cabe dilación en la implantación de las reformas que faciliten a nuestro sistema sanitario responder mejor a las necesidades de salud de la ciudadanía. Es importante hacer evolucionar la administración pública española, si pretende sobrevivir en el 2050. ¿Cómo?, modernizando estructuras y función directiva. En políticas públicas hay que explorar como hacen otros países de nuestro entorno, en el potencial de los nudges o empujoncitos/acicates de Thaler (premio nobel de economía en 2017) para ser empleados en políticas sanitarias y de salud pública en España. Hay evidencia sobre su coste-efectividad en otros países y su aceptación entre la ciudadanía. La incorporación de los nudges por parte del regulador aumenta la eficacia de las políticas públicas, ya que pueden combinarse de manera óptima con otras medidas más invasivas (como impuestos o subvenciones), y la autorregulación de la industria.

 

Además, y principalmente, hay que invertir más en Salud Pública, meterla en la agenda de la Política General y que sus medidas transversales y multisectoriales (educación, medio ambiente, alimentación, transporte, vivienda, renta, empleo,…) sean mucho más prevalentes en la acción programática.

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