Jean Monnet decía que las personas pasan, pero las instituciones permanecen. En cambio, son las personas, los engranajes que permiten el movimiento de la institución. O, dicho de otra manera, cualquier organización es una cáscara vacía si no cuenta con un personal apto que convierte el deseo en acción.
Dentro de la idea onírica que pudiera despertar la palabra “organización o institución”, nada agitaría más un corazón idealista que el deseo de hacer el bien y de ayudar a los demás. ¿Y que hay más idealista que la profesión que desempeña el personal sanitario?
Si esto es la teoría, la práctica convierte el ideal en mediocre realidad, y muestra de ello es el funambulismo que rige en las organizaciones sanitarias.
Sucesión de contratos basuras (altísimas tasas de temporalidad), falta de planificación y de verdadera acción. Las grandes instituciones funcionan como un molino de viento, por la inercia mas absoluta, pues en definitiva todo depende del viento.
¿Pero qué sucede cuando ese viento (personal directivo) no está del todo capacitado para la labor que debe realizar? Las múltiples disfunciones en la selección de la figura del Alto Directivo Sanitario ponen más difícil que el organigrama funcione por algo más que por un ligero viento. Y en España, hacen falta vendavales capaces de sacudir los cimientos de organizaciones que no viven al compás de su tiempo.
¿Existe una efectiva dirección de RRHH en el sector sanitario? Jornada flexible, conciliación de la vida laboral y familiar, igualdad de genero real, salario competitivo, incentivos, digitalización…y así un sinfín de puntos suspensivos en los que las organizaciones sanitarias deben (y pueden) mejorar.
Las organizaciones sanitarias deben ser un reflejo de la sociedad que las ambiciona. Aquí, ni más ni menos, se trata de renovarse o, nunca mejor dicho, morir.