Thomas Malthus auguró que la sobrepoblación acabaría con la raza humana en 1880. Paul Ehrlich, biólogo de la Universidad de Stanford publicó La bomba demográfica en 1968, y en 1972, El Club de Roma, Los límites del crecimiento. Todos con gran éxito de público, pero equivocaron sus previsiones.
Emoción catastrofista fuera, los números parecen que se han estabilizado. Gran parte del mundo en desarrollo ha entrado en una fase de mortalidad decreciente con una tasa de natalidad decreciente. Darrel Bricker en Empty Planet apunta que en tres décadas empezaremos a disminuir. Llegaremos en 2040-2060 a los 9000 millones en el planeta para a continuación empezar a disminuir, unos 8000 millones a final de siglo, según un informe del Deutsche Bank. La población europea suponía el 25% en 1900, pero en 2060, será el 5%. Eurostat señala que el PIB representaba el 26% en la UE en 2004 y el 22% en 2015.
¿Y qué soluciones puede haber a estas preocupantes tendencias? Importar inmigrantes puede compensar, en el corto plazo, pero sólo una generación pues la siguiente ya se comportan como los locales.
Es irónico que de estar muy preocupados hace 50 años con el fin de la especie por sobrepoblación ahora estemos con la preocupación contraria: planeta vacío. Son los cambios culturales profundos de las mujeres las que explican la ralentización: trabajan, estudian, tienen menos hijos y más tarde, están empoderadas y no subordinadas a los Estados ni a los preceptos religiosos. La pandemia ha deprimido los índices de fertilidad en todo el mundo. Europa, EE. UU. y Japón serán los primeros en notarlo. España puede llegar a perder la mitad de la población a final de siglo, hemos bajado la tasa de reemplazo a 1,19, muy lejos del 2,1 necesario para el reemplazo generacional.
Hacen falta decididas políticas nacionales de fomento de la natalidad como hacen todos los países de la UE.