«….es más cómodo para muchos pedir alborotados a gritos ‘una revolución’, ‘un gobierno’, ‘un hombre’, cualquier cosa, que dar en voz baja el alma entera para contribuir a crear lo único que nos hace falta: un pueblo adulto” (Giner de los Ríos).
Seguramente casi todos estaríamos de acuerdo con la siguiente aseveración: “tener una sanidad pública de calidad, de acceso universal (matizado en un listado explícito de prestaciones efectivas cubiertas) y gratuito (a igual necesidad de salud, igual acceso: equidad horizontal), constituye un tesoro social a preservar”. Sin embargo, los problemas estructurales en el funcionamiento de nuestro sistema sanitario son anteriores a la crisis, pero nunca han sido afrontados con valentía y rigor, de hecho, siempre vence estatus quo, intereses creados y espacios de confort de los afectados por los cambios. Pero, sin duda, la crisis los ha agravado y por tanto siguen lastrando al sistema en una degradación que no cesa, que es oculta para muchos (los que no están en las listas de espera), donde los políticos no reaccionan ante la pasividad de esos ciudadanos que prefieren no escuchar medidas racionales pero poco populares,…
Si éste y otros gobiernos ni han reaccionado ni reaccionan ante el deterioro, debemos mirarnos a nosotros mismos y no echar balones fuera. Y cuando reaccionan, las reformas recientes llegan tarde, se aplican mal, no están exentas de riesgos y son costosas en términos de desigualdad.
Hay paradojas tales como que somos críticos con políticos e instituciones pero no nos molestamos en informarnos y en exigir más transparencia. Rechazamos la corrupción, pero seguimos votando a políticos corruptos. Rechazamos el todo, sin matices, como hinchas más que como ciudadanos razonables. Queremos reformas pero que a nosotros no nos toquen. Culpabilizar y responsabilizar de la situación solo a los políticos y las instituciones es superficial, va al síntoma, no a la causa. El fraude campea en la fiscalidad de las grandes fortunas, pero también en las exangües prestaciones sociales y en la creciente economía sumergida. Hemos convivido sin queja alguna con la burbuja cuando todo parecía ir bien. Seguimos negando la evidencia del efecto de determinados comportamientos, aquellos que van asociados a intereses personales, que minan la eficacia institucional y a los que no se les hace frente enérgicamente. La deriva de políticos poco capaces, desinformados y agotados es notable. Pero apenas hacemos nada, la aplicación de medidas correctoras es errática, coyuntural. Las reformas tienen que ir a la raíz del problema, a su estructura. Deben aspirar a que las preferencias y las exigencias de los ciudadanos sean más racionales y compensen nuestra escasa participación en la vida pública. La semilla de los descontentos germina sin alternativa robusta a la vista, corriendo el riesgo que sea quimérica y falaz.
El abordaje “español” de los problemas está muchas veces carente de sentido común. Preferimos tener colas acríticas en los centros sanitarios, que agencias de evaluación que valoren y definan explícitamente qué prestaciones merecen la pena de ser rembolsadas con fondos públicos. Preferimos manipular las listas de espera y esconder datos reales que rediseñar circuitos clínicos y administrativos donde prime la sensatez y la racionalidad. Obviamos los principios éticos, favorecemos la picaresca, fomentamos la utilización política del adversario, no elaboramos estrategias cooperativas que persigan un bien común,…y así no se va a ninguna parte, solo al deterioro del sistema, de lo público, inexorable, ante la falta de medidas y que el paso del tiempo solo empeorará más. Si dejamos de usar, de defender, este sistema que tan bien valoramos los españoles según el Centro de Investigaciones Sociológicas, acabaremos con algo tan apreciado como que nos permite conciliar el sueño cada día y no preocuparnos de tener que afrontar económicamente la pérdida de la salud.
Por último, permítanme una digresión pues de ilusión también se vive. En el discurso del Estado de la Unión, el pasado enero, el Presidente Obama utilizó una oratoria brillante que posiblemente solo la han tenido Gandhi y Luther King. Vaya uno de sus párrafos: Por eso, esta noche, quiero centrarme menos en una lista de propuestas y centrarme más en los valores que están en juego a la hora de tomar las decisiones que se nos presentan. Empieza con nuestra economía. Hace siete años, Rebekah y Ben Erler de Mineapólis estaban recién casados. Ella era camarera. Él trabajaba en la construcción. Su primer hijo, Jack, estaba en camino. Eran jóvenes, estaban enamorados. “Si tan solo hubiéramos sabido”, me escribió Rebekah en la primavera, “lo que estaba a punto de suceder en el sector inmobiliario y de la construcción”. Con la agudización de la crisis, el negocio de Ben cayó en picado, por lo que él aceptó cualquier trabajo que pudo encontrar, incluso si eso significaba tener que viajar durante largos períodos de tiempo. Rebekah consiguió un préstamo de estudiante, se inscribió en un colegio comunitario y tomó la decisión de cambiar de profesión. Se sacrificaron el uno por el otro. Y poco a poco vieron el fruto. Compraron su primera vivienda. Tuvieron su segundo hijo, Henry. Rebekah consiguió un trabajo mejor y luego un aumento de sueldo. Ben ha vuelto a la construcción, y llega a casa para cenar todos los días. “Es increíble”, escribió Rebekah, “de lo que uno puede recuperarse cuando tienes que hacerlo… somos una familia fuerte y muy unida que ha superado momentos extremadamente difíciles”. Somos una familia fuerte y muy unida que ha superado momentos extremadamente difíciles. Estados Unidos, la historia de Rebekah y Ben es nuestra historia. Ellos representan a millones que han trabajado duro y han hecho recortes y sacrificios y cambios. Ustedes son la razón por la que quise asumir este cargo. Ustedes son la gente que tenía en mis pensamientos hace seis años este mismo día, en los meses más difíciles de la crisis, cuando me puse de pie en los escalones de este Capitolio y prometí que reconstruiría la economía sobre una nueva base. Y han sido sus esfuerzos y resilencia los que han hecho posible que nuestro país salga de la crisis más fuerte que antes. ¿No les gustaría tener alguna vez un Presidente con estas capacidades de comunicación?. A mí sí.