Esta entrada preparada por José María Abellán Perpiñán, Universidad de Murcia y Grupo de Trabajo en Economía de la Salud (GTES); David Jiménez-Gómez, Universidad de Alicante, Fundamentos del Análisis Económico (FAE); y Juan del Llano Señarís, Fundación Gaspar Casal, pretende  dar a conocer el trabajo de Thaler (Premio Nobel de Economía 2017) sobre Nudge: improving decisions about health, wealth and hapiness de gran interés para mejorar decisiones en salud pública y, así emplear con eficacia los recursos públicos. Veamos algunos ejemplos.

 

Al efecto combinado de fumar, consumir alcohol, hacer poco ejercicio y mantener obesidad o sobrepeso puede atribuírsele un 37% de todas las muertes ocurridas en España en 2017. Estos cuatro factores de riesgo, responsables de la pérdida de más de 3,5 millones de años de vida por muerte prematura y discapacidad, comparten un marcado carácter “conductual”, esto es, modificable mediante cambios en el estilo de vida. Parece lógico pensar, por tanto, que la mejor forma de disminuir la incidencia de estos factores es modificar el comportamiento de la población.

Esto tiene un nombre: economía del comportamiento. Esta disciplina, que integra el conocimiento psicológico en los modelos económicos, persigue ayudar a las personas a alcanzar sus propias metas, protegiéndolos de sus propios errores. Los instrumentos clave propuestos para corregir estos errores (llamados internalidades en jerga económica) son los Nudges, traducidos al castellano como “empujones”, “acicates” o “impulsos”. Los nudges son intervenciones que, respetando la libertad de elección individual, guían a los sujetos en la dirección más provechosa para su propio bienestar. Por este aparente oxímoron, se considera que los nudges son expresiones de un paternalismo “blando” o libertario.

Hay dos tipos de nudges: educativos y no educativos. Los nudges educativos pretenden evitar aquellos errores causados por la falta de información. En estos casos, medidas como las campañas informativas sobre consumo de tabaco y alcohol, o los estándares nutricionales en el etiquetado de los alimentos, serían ejemplos de nudges que persiguen empoderar a los consumidores, aumentando su conocimiento, para que tomen mejores decisiones sobre su propia salud. En el ámbito alimentario se ha constatado (aquí) que proporcionar información acerca de las calorías contenidas en cada alimento, provoca una reducción en la cantidad de calorías ingeridas.

Por otra parte, los nudges no educativos pretenden contrarrestar los errores sistemáticos (y, por tanto, predecibles) producidos por nuestras reacciones más instintivas o inconscientes. En el contexto de la nutrición, habilitar una fila en la cafetería de una escuela en la que sólo se disponía de alimentos saludables, incrementó la venta de dichos alimentos un 18%, y redujo los gramos de alimentos menos saludables en más de un 25% (aquí). Esta intervención se considera un nudge dado que los alimentos menos saludables seguían estando disponibles en la cafetería, y por tanto no se restringió la elección de los estudiantes. Otro nudge (aquí) consistió en reservar por defecto citas para vacunar a los empleados de una universidad (que éstos podían cambiar o cancelar), lo que aumentó la tasa de vacunación del 33% al 45%. Por tanto, pequeños cambios en el entorno del individuo pueden cambiar su comportamiento, si bien el segundo nudge es más invasivo, comportando quizá un coste psicológico mayor (los empleados podrían sentirse presionados para vacunarse). El nudge óptimo es aquel que equilibra la corrección de las internalidades con los costes psicológicos (aquí).

Los nudges no educativos discutidos hasta ahora cambian el entorno de una manera “pasiva”, pero también los hay que inducen la colaboración del individuo por medio de incentivos motivacionales (con la condición de que estos no sean “duros”, es decir, que sean fáciles de evitar). Por ejemplo, en un gimnasio (aquí) se prestó a los clientes iPods con audiolibros, con la idea de que la tentación de seguir escuchándolos iba a aumentar la frecuencia con la que los individuos acudirían al establecimiento. Efectivamente así ocurrió: se incrementó durante un mes la frecuentación del gimnasio en un 50%. En otro estudio (aquí), un grupo de fumadores suscribieron un contrato de compromiso consistente en el depósito de una suma de dinero en una cuenta bancaria, que sólo podrían recuperar a los seis meses tras pasar una prueba de orina. Aunque sólo uno de cada diez fumadores decidió participar, el porcentaje de estos que pasaron la prueba fue un 3% superior, persistiendo dicho efecto seis meses después.
Los nudges, por tanto, tienen un gran potencial para ser empleados en políticas sanitarias y de salud pública en España. Hay evidencia sobre su coste-efectividad en otros países y su aceptación entre la ciudadanía (aquí).  La incorporación de los nudges por parte del regulador aumenta la eficacia de las políticas públicas, ya que pueden combinarse de manera óptima con otras medidas más invasivas (como impuestos o subvenciones), y la autorregulación de la industria privada.

 

Hoy en día hay alrededor de 150 gobiernos en todo el mundo que están impulsando este tipo de iniciativas (aquí), creándose ‘Nudge Units’ (aquí) para mejorar la calidad de las prestaciones sanitarias y la salud de la población. La instauración de estos equipos especializados en el diseño e implementación de nudges en España resultaría de utilidad para contribuir a mitigar la prevalencia de los factores de riesgo conductuales que juntos provocan el 37% de las muertes evitables.

Un comentario sobre ““Empujoncitos” (nudges) para mejorar la salud de la población

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