Gaspar Casal médico que desarrolló una gran parte de su carrera profesional en Oviedo, y desde luego, su maestro y mentor, el padre Feijóo, fueron la luz lejana que señala el camino de la ilustración. Tampoco es aquí ni el lugar ni el momento, de referir las vicisitudes que tuvo este proceso en España y de las que fueron víctimas Jovellanos y Olavide, entre otros, y que se debieron al miedo que suscitó, entre las oligarquías, los ecos resonantes de la Revolución Francesa.
Ramón y Cajal nació en 1852 y tanto en su accidentada biografía, como en sus escritos extracientíficos, da continua constancia de su adscripción ilustrada, incluso en algunos momentos, tiene atisbos revolucionarios (léase “La casa maldita”, “A secreto agravio”, “El fabricante de honradez”, “Mi infancia y juventud” …). Murió en 1934, anticipándose en dos años a la tragedia civil que se inició en el año 36, y que dispersó por el mundo a sus discípulos directos e indirectos. Entre los primeros, Río Ortega y Llorente de No, entre los segundos, Severo Ochoa, Rodríguez Delgado y un largo y triste etcétera.
No cabe duda que su vida, su obra y su aportación científica está inscrita en el Kraus-positivismo, cuya luz brilla todavía entre las sombras del olvido y la ignorancia.
Gaspar Casal, considerado por nuestro primer Presidente, el Dr. César Navarro de Francisco como el «primer epidemiólogo español», cuya gran aportación a la ciencia fue el cambio conceptual de la medicina, partiendo de la observación y el registro, llega a través del pensamiento inductivo a la relación causa-efecto: el déficit nutricional llevaba a la aparición del collarín rosáceo, el llamado Mal de la Rosa o Pelagra. Describe signos y síntomas, registra mejoras en la ingesta y observa la desaparición de las lesiones dérmicas. Escribió su Historia Natural y Médica del Principado de Asturias (1762) robándole horas al sueño. Hay todo un capítulo dedicado obligadamente a la pelagra, que es la enfermedad que justifica la fama de Casal. Su nombre aparece en los libros de texto, no tanto porque fue el primero en describirla con el nombre vulgar que se le daba en Asturias, “mal de la rosa”.
No deja de sorprender que una pequeña ciudad, con apenas 6.000 habitantes y una universidad reducida en la que no había cátedras de medicina ni de anatomía, fuera el lugar elegido por Casal para desarrollar su carrera. Algo debió de ocurrir en el siglo XVIII en Asturias, tan pobre y apartada, como para que se haya producido la cosecha más brillante de políticos y pensadores.
Casal tuvo en Oviedo una vida muy azarosa, ocupado casi todo su tiempo en la asistencia a los pacientes para poder sostener a su extensa familia. El sueldo, tanto de la municipalidad como luego del Cabildo catedralicio, siempre fue exiguo y probablemente la clientela privada más escasa de lo que él hubiera deseado. No tuvo la suerte de otros médicos destacados del siglo de ostentar una cátedra universitaria.
Sin embargo, hemos e concluir con este entrecomillado que firma Prof. Francisco García-Valdecasas.
«Su claridad e independencia de criterio frente a los prejuicios de la época, no se encuentran en ningún autor de aquellos tiempos, ni aún de cien años después, y le colocan a la cabeza de los grandes hombres de su época».