Para los salubristas, la existencia de agua potable, el lavado de mano y las vacunas son los elementos que más han contribuido al descenso de la mortalidad o a la mejora, ostensible, de la salud poblacional.

El número de vacunas disponibles para prevenir una amplia variedad de enfermedades es, afortunadamente, creciente, pero se enfrenta sistemáticamente a una disponibilidad de recursos -pública y privada- limitada que ralentiza, o incluso en ocasiones imposibilita, la incorporación de nuevas vacunas. Producir vacunas es muy complejo.

La pandemia de la COVID 19 ha puesto a las vacunas en un primer plano y señala, por un lado, el éxito en la consecución de varias vacunas en un plazo muy corto de tiempo, y por otro, las dificultades de su disponibilidad para todos los que la necesitan, éste es el gran reto: vacunas para todo el planeta.

La urgencia es la vacunación mundial y, por tanto, el aumento de la producción y la distribución. Importante la gobernanza que pueda establecer los incentivos de acuerdo con el interés general. Es necesario incorporar a los países pobres en el desarrollo de su capacidad productiva para esta y para las siguientes pandemias. No se puede olvidar que el enorme éxito de las vacunas se debe a la ingente cantidad de dinero público y que una inversión en apoyar la transferencia de tecnología y la regulación necesaria en los países identificados como potenciales productores es la mejor ayuda al desarrollo que podemos ofrecer los países ricos. Mejorar el modelo de innovación pasa por exigir rendición de cuentas, transparencia y equilibrio sobre quién se beneficia de la inversión pública. 

Lo cierto es que no existe un sistema sanitario en el mundo capaz de cubrir en su totalidad las demandas de servicios sanitarios de la población a la que sirve. Esto se debe, principalmente, al desajuste de la oferta y la demanda. Veamos, por un lado, se espera que los ciudadanos estemos dispuestos y deseemos recibir atención sanitaria siempre que observemos que el beneficio de esa atención es superior a su coste. Cuando no existe un desembolso directo para acceder a esa atención, sino que esta es financiada públicamente a través de impuestos generales, el coste directo para los pacientes en el momento de recibir los servicios sanitarios es igual, o cercano, a cero. Pero en la amplia mayoría de casos se espera un beneficio, una mejora en nuestra salud, derivado de esa atención. Esto se traduce en una demanda potencialmente ilimitada de servicios sanitarios por parte de la ciudadanía, mientras que la oferta, es decir, los recursos destinados a financiar la atención sanitaria no son, en ningún contexto, ilimitados.

Este desequilibrio es generalizado, y además creciente. Las demandas de la población van en constante aumento, debido tanto a las características demográficas relacionadas con el envejecimiento, cronicidad y comorbilidad de la población, como a la mejora de las expectativas de los ciudadanos en cuanto a su salud y a los servicios sanitarios que reciben. La aparición de varias epidemias y pandemias, y muy especialmente la COVID 19 durante la última década, con correlaciones múltiples, incluido el cambio climático, tensiona aún más el lado de la demanda.

Por otro lado, la disponibilidad de recursos para financiar la atención sanitaria está bajo constante presión, debido en parte a los elevados costes que impone al sistema la innovación sanitaria presente y futura. La consecuencia inevitable es que el sistema sanitario no puede incorporar de forma automática toda nueva intervención sanitaria a cualquier precio, sino que se requiere un procedimiento basado en criterios explícitos que permita seleccionar el conjunto de prestaciones que aporte el mayor beneficio en salud a la población posible con los recursos disponibles.

Un paso clave en este proceso es la consideración de lo que se conoce como el coste de oportunidad, es decir, valorar qué es a lo que tendremos que renunciar para poder financiar una nueva intervención. En el campo sanitario, esta valoración implica medir las mejoras en salud que se perderán por no emplear los recursos necesarios para financiar una nueva intervención en su mejor uso alternativo. Por ejemplo, incluir una nueva vacuna en el calendario infantil supone unos costes económicos al sistema sanitario. Al emplear esos recursos en la adquisición y administración de dicha vacuna estaremos –necesariamente– renunciando a la utilización de esos recursos en otro uso alternativo dentro del sistema sanitario, por lo que otros pacientes, en alguna parte del sistema, a menudo de manera invisible, se verán perjudicados. El coste de una determinada decisión no depende únicamente del dinero que se gasta con esa elección, sino también del sacrificio que supone por lo que se deja de adquirir; un hecho inevitable que no podemos obviar.

La Economía de la Salud dispone de un cuerpo teórico y conceptual bien asentado, y proporciona una serie de herramientas para incorporar el análisis de la eficiencia y la consideración del coste de oportunidad en la toma de decisiones. Entre estas herramientas destacan las evaluaciones económicas de intervenciones sanitarias.

Por evaluación económica se entiende el análisis comparativo de alternativas terapéuticas en términos de costes y resultados en salud. La evaluación económica debe cumplir con dos requisitos básicos: analizar tanto los costes como los resultados en salud y comparar dos o más alternativas, en el caso de las vacunas, de prevención. Por tanto, para que un estudio pueda ser considerado una evaluación económica completa, debe incorporar tanto el análisis de los costes como el de resultados en salud, y comparar estos con los que se obtienen con cursos de acción alternativos.

El abordaje de esta problemática intenta cerrar un marco de política sanitaria en vacunas.

La evaluación económica de programas de vacunación presenta retos que son abordados exhaustivamente en este texto. Criterios y estandarización de la metodología a emplear en los análisis de evaluación económica, serían los elementos que mejorar. Sin embargo, el retorno de la inversión en este campo es muy favorable y la interfaz salud y economía ha mostrado, en las sucesivas olas, que sin salud no hay economía. Serán las vacunas, en la penosa y larga tragedia que nos ha tocado vivir, las que nos saquen del deterioro económico y social, inducido por el parón de la actividad que hemos sufrido.

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