El coronavirus acelera algunos males de nuestro tiempo. Las videoconferencias no aportan la felicidad del contacto directo, desaparecen rituales y espacios comunes. La fatiga y el cansancio están eclosionando tras un año interminable. La desesperanza está servida. Se requiere de un manejo preciso y anticipado de los signos y síntomas que ya se detectan, para minimizar un impacto nada desdeñable sobre la salud mental de la población española, que ya detectan las encuestas.

La infografía del Dr. Víctor Tseng (Neumólogo, Hospital de Veteranos y Universidad de Colorado) alerta de las olas de la pandemia Covid-19 con una huella sobre los pacientes urgentes (primera), otra sobre la restricción de recursos de los pacientes no Covid 19 (segunda), otra sobre la atención sanitaria interrumpida a los pacientes crónicos (tercera), y la última (cuarta) de desgaste psicológico y económico, que crece continua y constantemente hasta superar las olas anteriores.

A la luz de los datos del último estudio publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre el impacto de la pandemia en el ánimo de los españoles, conviene destacar la importancia que tiene el tamaño muestral que es representativo y que incluye al conjunto de todos los rangos de edad (3.083 participantes).

Este sondeo revela que el 23,4% de la población ha sentido mucho o bastante miedo a morir debido al coronavirus, un 18,4% entre los hombres y un 28,3% entre las mujeres. Por edad, los que más miedo han sentido a morir a causa del COVID-19 son las personas de 55 a 64 años (Un 26,2%).

Un 68,6% ha sentido mucho o bastante miedo a que pueda morir algún familiar o ser querido y un 72,3% reconoce que ha sentido mucha o bastante preocupación de que se contagie algún familiar o ser querido.

El estudio destaca la sensación de miedo al contagio y a la muerte en adultos jóvenes, así como el llanto varias veces al día. Y ha subrayado el incremento de la prescripción de psicofármacos (más del doble de los prescritos con anterioridad al inicio de la pandemia) sobre todo de ansiolíticos, antidepresivos e inductores del sueño y con duración del tratamiento superior a tres meses.

El 35,1% admite que ha llorado debido a esta situación, un 16,9% de hombres y un 52,8% de mujeres. Por edad, los más jóvenes, los de 18 a 24 años, son los que más reconocen que han llorado por la situación de pandemia (42,8%).

También se ha preguntado si desde que empezó la epidemia se han sentido mal por algún motivo. Un 41,9% “ha tenido problemas de sueño”, un 51,9% ha reconocido “sentirse cansado o con pocas energías” y un 38,7% ha tenido “dolores de cabeza”, entre otros problemas como taquicardias, mareos o desmayos.

Además, en este último año, un 61,2% de los españoles se siente más preocupado por su salud que antes.

También se han reflejado cambios en el comportamiento de los niños y adolescentes. Un 52,2% de los padres que tienen hijos menores de edad (843 entrevistas de la muestra) con los que han convivido durante la pandemia han notado cambios en la manera de ser de sus hijos.

De aquellos que han notado algún cambio en el comportamiento de sus hijos o nietos convivientes, un 72,7 % asegura que sus hijos o nietos han sufrido cambios de humor, un 78,6% cambios en los hábitos de vida y un 30,4% cambios en el sueño. Una constante ha sido el incremento del consumo de tecnologías, sobre todo en la adolescencia y el adulto-joven, pasando del uso al abuso y de éste a presentar signos de adicción. La clase media-baja y los que se consideran clase trabajadora y clase obrera padecen más trastornos mentales de expresión comportamental (oposicionismo, irritabilidad, respuestas de tipo agresivo, incremento de la exigencia, desobediencia y malestar general) que los que se identifican como clase alta, situándose la clase media-media en una posición intermedia donde predominan síntomas más emocionales (llanto, dependencia de las figuras paternales, exigencias, inhibición y retraimiento, incremento del uso de las tecnologías de la información y la comunicación).

Parece razonable pensar que estos síntomas aislados denotan la presencia activa de un trastorno mental subyacente que debe recibir el tratamiento adecuado, más allá de la prescripción de psicofármacos.

Estamos ante una cuarta ola que se extenderá con mayor o menor fuerza en función del ritmo de vacunación y del retorno más temprano que tardío a la vida anterior a la pandemia de la COVID-19. Ha llegado la hora de situar la salud mental en el centro de la agenda política e impulsar una estrategia de salud mental para España.

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